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AQUELLA
BELLA PUESTA DEL SOL ROMANA
En
memoria del Cardenal Giovanni Canestri
A la venerable edad de 97 años, miércoles, 29 de abril, ha fallecido el
Cardenal Giovanni Canestri. ![]()
También este año,
como siempre, Mons. Canestri no había dejado de contestar a los saludos de
Navidad. Esta vez era una tarjeta ya impresa. Pero, con aquella delicadeza que
he experimentado en más de medio siglo, el Cardenal había agregado personalmente
algunas palabras y su inconfundible firma.
Mi vida se ha
cruzado con la suya porque, en el mismo año (1961) en que fue nombrado Auxiliar
del Cardenal Vicario de Roma, yo entraba en el Colegio Capranica para luego,
romano de Roma, estar incardinado en la diócesis de Roma.
Permaneció en Roma
hasta el 7 de enero de 1971, cuando fue trasladado a la sede residencial de
Tortona, para luego volver a Roma desde 1975 hasta 1984, porque le había sido confiado
el cargo de Vicegerente.
En los años del Colegio, las relaciones fueron esporádicas y
ocasionales. Empezaron a intensificarse después de mi ordenación sacerdotal
(octubre de 1966), y más aún cuando, una vez terminados los estudios teológicos
en la Universidad Gregoriana, pasé una semana de vacaciones-retiro con todos
los sacerdotes de la Diócesis de Roma que, en otoño de 1967, habrían comenzado
a tomar servicio en las parroquias romanas.
Con nosotros, en Villetta
Barrea, en el Parque Nacional de los Abruzos, estaban los Auxiliares Mons.
Pocci y Mons. Canestri, y el Cardenal Vicario Luigi Traglia.
En aquella semana,
tuve la oportunidad de conocer a Mons. Canestri no de manera convencional y
superficial, sino de manera sustancial y en un encuentro auténticamente
sacerdotal, de corazón a corazón.
No tuve miedo de
abrir mi alma y de presentar tantas inquietudes de orden eclesiológico y
pastoral.
Desde entonces,
hallé en Mons. Canestri un punto de referencia, a alguien con quien podía
hablar sabiendo que no estaba allí para juzgarme, que no me consideraba un
número entre tantos, sino que me veía con los ojos del Buen Pastor que ama a su
rebaño. ![]()
Me amó también
porque, con mi presencia en la parroquia de San
Giuseppe Artigiano, yo le recordaba los tiempos en que había sido párroco
de Santa Maria Consolatrice en Casal Bertone, de cuyo territorio había
sido sacada la parroquia donde me fui como vicario parroquial.
A finales de 1969,
después de obtener el permiso del entonces Cardenal Vicario Angelo Dell’Acqua, me
fui a ejercer mi ministerio sacerdotal al Borghetto
Alessandrino, entre la ruta Prenestina y la Casilina, viviendo en una chabola.
Mons. Canestri vino
varias veces a visitarme, siendo ya también mi directo superior como Auxiliar
del Sector Este de la Diócesis de Roma.
Allí me conoció en
medio del pueblo, de los pobres, en mi trabajo, en mi hablar. Sería tonto y
ofensivo de su memoria si, hoy, dijera que él compartía todo lo que yo hacía y
cómo lo hacía.
Ciertamente él sabía
escuchar y hacer observaciones estimulantes que, se notaba, procedían de
sabiduría pastoral y de amor a la persona a quien se dirigía.
De aquellas visitas conservo en
particular un recuerdo, que hoy, a distancia de muchos años, me permite
apreciar más aún sus dotes. Estas están bien evidenciadas en el telegrama de
pésame enviado por el Santo Padre, el Papa Francisco, al Cardenal Vicario de la
Diócesis de Roma, Agostino Vallini, cuando recuerda “la sabiduría pastoral y la
generosa atención a las necesidades de los demás, yendo al encuentro de todos
con bondad y mansedumbre”. ![]()
La primera vez que vino a
encontrarme en la Periferia de los chabolistas, se presentó de incógnito con su
simple vestidura talar. Entró en mi chabola y se quedó impresionado por las
condiciones en que vivía. En honor a la verdad, debo decir que, en aquellos
años, en mí estaban presentes también sentimientos de no armónica síntesis
espiritual y cierta exageración en el insistir en determinados aspectos, sin
aquel necesario equilibrio que constituye la virtud de la sabiduría y también
de la autenticidad.
El buen pastor, con dulzura, me
invitó a cierta moderación y, con gran delicadeza, casi temeroso de ofenderme,
me dijo que podía dirigirme tranquilamente a él por cualquier cosa que hubiera
tenido necesitar.
Fuera de la puerta de mi
chabola, se habían reunido algunos moradores del pequeño Borghetto, y
entre estos varios muchachitos, a los cuales les llamaba un poco la atención
aquella visita. Una jovencita de casi trece años, tal vez para pavonearse
delante de las muchas personas presentes, atacó sin ningún respeto a Mons.
Canestri, después de saber que era un Obispo, echándole en cara que él no era
un buen sacerdote porque seguía viviendo en su casa, y no hacía como yo que
había ido a vivir en una chabola.
Mons. Canestri escuchó con mucha
paciencia y no la interrumpió. Luego, al final, le dijo que él había venido a
visitarme porque me amaba y me estimaba. Y, con gran sabiduría, añadió que
habría sido contento si también ella, además de criticar a los otros
amparándose detrás del testimonio de otra persona, un día, hubiera hecho lo
mismo, donando su vida a Jesús y a los pobres.
Aquel episodio me ha vuelto a la
mente muchas veces, y también yo hoy sonrío y me invito a mí mismo primero e
invito también a los demás a tener un poco de paciencia para ver, de hecho, si
ciertas cosas las decimos porque verdaderamente creemos en ellas (y para
vivirlas sabemos pagar, al momento oportuno, nuestros precios) o solo para
hincharnos un poco, para luego acabar como pequeños globos desinflados, que no
son aptos ni para hacer divertir a cuatro muchachitos en un pequeño campo de
juego, porque, estando demasiado desinflados, ya no sirven precisamente para
nada.
Cuando yo podía
volver a Roma, no dejaba de pasar a saludarlo. Sin falta, nuestros encuentros
terminaban siempre en la capillita.
Le escribía, en una
de mis últimas cartas: “Gracias a Dios, permanezco fiel a mi vocación cristiana
y sacerdotal. Se fortalecen en mí las raíces de ‘romano de Roma’ y, como me escribió
una vez Ud. saludándome, las de antiguo arrabalero. Con el pasar del tiempo, la
memoria selecciona los recuerdos. Entre los más bellos permanece el suyo, con
su paciencia, firmeza y bondad, sabiduría y sentido común romano. Permanezco agradecido
a Ud. por sus visitas entre los chabolistas, y por cómo me recibió la última
vez que vine a hacerle visita. Usted tuvo la delicadeza de acompañarme hasta la
puerta de entrada de Santa Maria degli
Angeli y de saludarme abrazándome, mostrándome la bella puesta del sol
romana”. Muy querido Mons. Canestri:
Habría esperado mucho
poder volver a ver todavía, junto con Ud., aquella nuestra bella puesta del sol
romana, de la que es fuerte la añoranza, sobre todo en este incipiente mes de
mayo. ![]()
La volveremos a ver
en el Cielo. Usted seguramente ya la ve. Yo, en cambio, sigo viviendo en el
tiempo de la fe y de la esperanza.
Y, en este tiempo,
también nuestra puesta del sol romana es verdaderamente bella solo si sabemos
librar nuestra mirada de nubes, de dudas, de velos, de penumbras que nos
ofuscan la vista. Las últimas palabras que Ud. me ha dirigido son estas: “Con afecto perenne”.
Con afecto perenne,
yo también la recuerdo al Señor Jesús como Pastor bueno, prudente y sabio.
Un muy querido saludo y un ¡hasta luego! “arrabalero”
P. Emilio Grasso
30/04/2015
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